Cuando era niña, a menudo, si tenía algún problema o situación que me hacía sentir mal o vulnerable, mi madre abría los brazos, me abrazaba y me decía: ¿ Quieres volver al vientre? Nos fundíamos juntas, cerraba los ojos, me colocaba a la altura del vientre acurrucada entre sus brazos y el mundo se detenía. En ese preciso instante no había nada más que la perfecta unión y se desvanecían todas las preocupaciones de niña.
Ahora, ya madre, he hecho este ejercicio con mis hijos y puedo decir que revivo cada segundo de paz entre los brazos de mi madre. Y al mismo tiempo siento que conecto con mi hija o mi hijo en instantes de amor y fusión sanadores.
Que por muchas generaciones nos acompañe este útero sagrado que nos protege, nos acoge, nos mece y nos ama.
Y que este Amor tan grande que nos despierta ser madres llene la Madre Tierra de gozo.
¿Y ustedes? ¿Vuelven al vientre? ¿Te animas a compartir cómo conectas tú con los tuyos?